«De un tiempo a esta parte, decir que no te importa la privacidad porque no tienes nada que esconder… cada vez se parece más a considerar que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir» — Vigilancia permanente, Edward Snowden.
Con afirmaciones así de retadoras salpimenta Edward Snowden esta narración sobre los años clave de su vida. Un proceso de pérdida de su inocencia, que es la nuestra, a lo largo de poco más de una década. El resultado de haber empezado, como muchos, siendo un niño de los 90 deslumbrado por Internet. Y de despertar, casi súbitamente, en un mundo post 11S. Ya como un profesional receloso de la histérica capacidad de control desarrollada sin tapujos por su gobierno.
El componente humano de Snowden es, de hecho, el que aporta el toque complementario a esta narración, ya que los episodios clave de su biografía son de sobra conocidos. Son particularmente afinados aquellos capítulos donde recoge sus primeros pasos con los ordenadores o cuando narra en primera persona el huracán mediático post 11-S. En plena vorágine, Snowden no duda en reconocer cómo abrazó sin ningún cuestionamiento la necesidad de un discurso de unidad que ofreciera una respuesta anímica al ataque recibido. Una necesidad que le llevó incluso a enrolarse en el ejército, hasta que un problema físico le apartó a los pocos meses.
Lucidez y dilema moral: la vigilancia permanente
Edward Snowden en Hong Kong, en una imagen del documental CitizenFour.
A su regreso, Snowden vuelve a su vieja pasión: la informática. Más sereno y lúcido, da paso a una etapa profesional de madurez, pero también progresivamente más dubitativa y crítica. Su nuevo rol dentro de la NSA le permite tomar contacto con la deriva autoritaria de su gobierno -con su vigilancia permanente e indiscriminada-, así como con la política de incorporación de contratistas dentro del ente público tecnológico, o la aparente aquiescencia global de la ciudadanía.
Es en esta época cuando Snowden, en la cumbre de su carrera pero también víctima de profundos dilemas morales, comienza a recopilar documentos sobre los abusos cometidos por la agencia. Tras comprobar que ningún cambio se producirá con la entrada de la administración Obama, decide liberarlos progresivamente a selectos contactos periodísticos de su confianza.
Publicación, huida y salto a las pantallas
En 2013, tras una liberación de documentos, emprende una huida hacia delante, sin familia ni amigos, que le lleva hasta a un hotel de Hong Kong. Allí se encontrará con Laura Poitras y Glenn Greenwald, dos de los contactos a los que ha ido goteando información en secreto durante meses. El encuentro fue recogido por Poitras en CitizenFour, un documental que a la postre se alzaría con el Oscar.
(Algo más tarde, en 2016 Oliver Stone llevaría a la ficción una biografía algo más extensa de Snowden. La cinta, protagonizada por Joseph Gordon-Levitt, obtuvo críticas dispares.)
Fotograma de Snowden, película dirigida por Oliver Stone en 2016
Gracias a la publicación de documentos realizadas por Snowden sobre las prácticas de la agencia, se estandarizaron -especialmente en Europa, a raíz del escándalo de espionaje a Angela Merkel– varios progresos relacionados con la seguridad digital. Hoy es completamente habitual hablar de la necesidad de usar HTTPs, así como la actualización de las normas de privacidad de la conocida como RGPD.
Pero la lectura de Vigilancia permanente nos recuerda cuánto queda por hacer, tanto en el plano social como moral. En una época en que noticias como la de que Google ha reconocido obtener datos médicos de sus usuarios sin permiso, o Apple ha admitido que localiza sus terminales incluso cuando no están autorizados para ello, libros y experiencias como la de Snowden resultan una revisión obligada. Al menos para intentar dar respuesta a la pregunta mayoritaria desde la democratización de la red: ¿quién vigila al vigilante?
A fecha de hoy, Snowden continúa sin poder volver a Estados Unidos.
La fotografía de cabecera pertenece a EFE y fue publicada en El Español.